viernes, 30 de noviembre de 2012

Rosalía, historia viva de la Ebro



Llegaste a la Ebro hace el tiempo suficiente como para llevarte contigo más de la mitad de la historia de la empresa. Toda una vida.

Ya sabes que jubilación viene de júbilo. Ahora te pre-jubilas, así que deberías estar pre-contenta, pero ya sabemos que estás más que contenta, vamos, que se te ven las pajarillas. Y bien que lo mereces y nos alegramos contigo.

En todo este tiempo de vida laboral naturalmente ha habido de todo, momentos buenos y momentos duros. Aunque es un día para celebrar y estar alegres, creo que es justo y que será de tu agrado empezar haciendo un homenaje y recordando a aquellos con quienes convivimos tanto tiempo y que ya nos dejaron.

Pepe Navarrete: sus frases preferidas, “te caiga la pringue chorreando en las orejas” y “quien a buen árbol se arrima, pierde pan y pierde perro”.
El Capi: un final realmente triste. Fue casi como si se nos hubiera ido un hijo.
Joaquín Casaus: tan impetuoso y alocado como servicial y dispuesto. Cuánto trabajó y disfrutó en la organización de la fiesta de Reyes.
José Luis Magariños: creo que se fue sin saber que les gustaba a todas.
Alejandro Varela: el Robert Redford de la Ebro. Un personaje irrepetible.
Rafael López, el Caja. “No home, no, que me voy a caer”. De boquilla, cuando cada Navidad lo subíamos a la caja. Y en una ocasión hasta lo tiramos al patio. Cuando iba con el tiempo justo para llegar a los bancos: -Antonio, hijo, dame ánimo. –Entra en el archivo que está el agua de fuego. Y se pegaba un lingotazo de coñac y salía pitando. Como no había alcoholímetros…
Don Cristóbal. Enorme conmoción en la empresa.
Y el más llorado por próximo: en la empresa era Antonio; Pepe en la peña y Curro el del RACA en el resto del mundo.
Todos permanecerán siempre en nuestro recuerdo.

Pero la vida sigue y podemos recordar a estos y otros compañeros en momentos divertidos…
Manolo Verdugo: ¿Cuántas veces te hizo llorar de risa con las historias de su mili? Pero llorar de verdad. No tenía nada que envidiarle a Paco Gandía.
Mari Carmen la Polera: el despiste sobre dos piernas. Se pasó toda una mañana con una etiqueta así de grande pegada en la frente sin darse cuenta y se paseó por toda la empresa. Me ha dicho Estepa “Mari Carmen, qué guapa vienes hoy”  y yo le he dicho “Ay, Estepa, los ojos con que usted me mira”.
El día que fuimos a comer a la pizzería y reímos literalmente a reventar, tanto que hubo varias que sufrieron cortes de digestión: María Luisa, Mari Carmen, La Inchausti, tú…
La Chica: el optimismo personificado.
Alicia: como un cencerro.
Cati y su Meji. Pobrecita, el susto que le di con el ratón de imitación que trajo el Porro. Todavía me arrepiento.
Antonio Cristelli, que estuvo mucho tiempo en Siberia y terminó sustituyendo al López en la Caja. Y le tocó la peor parte el día del atraco.
Su padre, el doctor Cristelli. Qué tiempos aquellos en que teníamos hasta médico de empresa. Era muy útil; si te ocurría algo, te decía “esto sería conveniente que te lo viera un médico”.
El Trompa, cuñado de Antonio: “¿qué pasa, tierno?”.
Pariente, alias el Petete, alias el Páginas Amarillas. Lo que no sabía se lo inventaba. El día que comimos y, sobre todo, bebimos en los Muleros bajó del Aljarafe a toda mecha y los demás detrás de él a ver cómo se la pegaba, pero nada, ya nos avisó de que estaba acostumbrado. Como no había alcoholímetros… O el día que se hizo el listo delante de la Machuca y cruzó con el Simca 1200 campo a través lo que es hoy la Ronda del Tamarguillo a la altura de Los Arcos para saltarse el atasco de la carreterucha que había, con tan mala suerte que en una alcantarilla tapada por matojos se dejó el cárter. La Machuca le vaciló saludándolo como la Reina mientras pasaba.
Pepe Miranda, que nunca olvidaba tu cumpleaños y que nos vendió siempre el cupón menos el que tocó. Anda que me salió barata la navaja de veinte duros que me vendió ese mismo día en lugar de darme el cupón que resultó premiado. A María Luisa se lo ofreció y no quiso. Está visto que la suerte nos persigue pero nosotros somos más rápidos.
Dámaso: pataditas para los lados. Tú sabes.
El Lengua palo. Vaya conversación entre él y Carlos Márquez. Para contratar el servicio de traductores del Senado.
La Locatiwiski: la guerra que dio esa criatura para el poco tiempo que estuvo.
La Lola. Juan Carlos se andaba con cuidado porque el fontanero tenía una mano para tres brazos.
José Domingo: hablaba y hablaba ante la desesperación de Juan Carlos, al que tenía amargado porque no le daba entrada. Seguro que la gaviota del PP de Huelva se toma todos los días un dolalgial.
Dionisio Amador: tan buena gente como bruto. - Dioni, ¿cómo están tus niñas? -Mu bien, mu mocitas. -Hijo, a ver si nos traes una foto que las veamos. -Es que ahora tengo el coche estropeao y me vengo en el Landa; pero descuida, que cuando me lo arreglen os la traigo pa que las veáis. ¿? Y se presentó con dos fotos enormes del salón de su casa una en cada mano sujeta por el cáncamo.
El departamento Daktari con Alejandro y Paulino.
La Litrona: entre los dos no podíamos con su cesta de Navidad y todavía nos metía prisa. A ver a santo de qué se la llevamos. Como diría Manolito Verdugo: vamos, yo es que no lo comprendo,., a hm hm hm.
El día que cayó Paulino por el hueco del descanso de la escalera cuando se hizo a un lado para dejar pasar a Don Carlos. La Machuca lamentando que había roto una maceta. La Litrona diciendo que del golpe hasta se le había extraviado la vista. ¡A Paulino! Alejandro, que cuando escuchó el ruido pensó que se le había caído el bastón a Don Carlos. Antonio, que eso le había pasado por pelota. Del pobre Paulino nadie se compadeció y todo el mundo se carcajeó.
Manolito Fufurufu, vendedor de usados. Aparecieron los teléfonos inalámbricos (el móvil no existía). Entro un día en el baño y estaba cerrada la puerta de uno de los váteres. Suena el teléfono y le escucho “Dígame. Sí, hombre, sí, no te preocupes, que lo primero que salga es pa ti”.
Por supuesto, Carmen Córdoba, “Domínguez, el día que te la ponga yo a ti floja se te van a caer hasta las lentillas”. Tú sabrás dónde andan las frases que fuimos apuntando en aquellos tiempos.

La inspección
Hubo otras, no muchas, a Dios gracias, pero aquí me voy a referir a la del ochenta y tantos, a la del viejo, el jefe de Espárrago, ¿te acuerdas?, que no hacía más que pedir papeles y decir que a él lo que le gustaban eran los BMWs. Nos hizo sudar tinta, pero se aguantó lo indecible, incluido Régulo Cuenca. Antonio le hizo una faena memorable de capote y muleta y el viejo se quedó con las ganas.

Las auditorías
Entra José María en Contabilidad para presentar a los auditores. Antonio los saluda y se ofrece para que cuenten con lo que haga falta, “pero, vamos, que no déis mucho la lata, que os mando al carajo”. José María se quedó pálido. Los auditores no sabían cómo se tenían que tomar aquello. Y Antonio, que tenía salidas para todo, “es broma, pedid lo que necesitéis”, se relajan los auditores y a continuación, “pero que tenemos mucho trabajo y como se pongáis pesaos os mando al carajo”. Creo que se quedaron trastornaos para la primera semana. Después de aquello, fueran los auditores los mismos u otros, cada año eran recibidos con la misma amenaza de mandarlos al carajo.

Las crisis
Sobre todo dos: la del 93 en que lamentablemente salieron tantos compañeros. Cuántos capotazos y con qué arte se los dabas a los proveedores, que se iban sin cobrar esa semana pero contentos. Y esta en que estamos ahora, que no se acaba nunca, que ya no es crisis sino mala leche. Tú, en tu merecido descanso y los demás aquí, a todos nos toca seguir peleando a ver cómo terminamos con ella.

Y en medio de todo esto es admirable que seas una trabajadora europea como hay muy pocos: siempre has sido puntual en la entrada y salida del trabajo, has disfrutado de todas tus vacaciones, pero eso sí, has trabajado incansablemente, responsable, aprovechando el tiempo y sin escaqueo.
Creo que eso tan raro de “conciliación de la vida laboral y familiar” lo has practicado siempre de la forma más natural. Enhorabuena. La mayoría, empezando por mí,  ya podríamos aprender.
Tan europea que tu canción favorita, “Mis manos en tu cintura”, era del italo-belga Salvatore Adamo. ¿O me equivoco? Ya sé que no.
Y hasta te vas a jubilar como una europea. Qué envidia. Los demás a este paso es posible que lo hagamos como subsaharianos.

¿Ves cómo están de rejuvenecidos Alfredo y Cristelli? Bueno, Alfredo siempre ha estado nuevo de estreno. Pues lo mismo te deseamos a ti, pero en bonito.

Como no te jubilas del todo, te diré parafraseando la canción:
Estás que te vas y te vas y te vas y no te has ido
Y aquí nos tienes a todos con los recuerdos y nuestro cariño.

Ven a vernos, porque ya ves que se te quiere.

Salvatore Adamo - Mis manos en tu cintura

domingo, 6 de mayo de 2012

Expresiones variopintas, cuarta entrega


Aquí va otra sarta de expresiones que he ido recordando pacientemente exprimiéndome la sesera y que ya amenaza con secármela. Todo sea por la causa.

Pestufla. Mal olor dicho como quitándole importancia, sobre todo refiriéndose a los niños. Ya cuando crecen lo que huelen es a zorruno.

Angurria. Necesidad de orinar muy a menudo.

Roilla (rodilla). RAE “Paño basto u ordinario, regularmente de lienzo, que sirve para limpiar, especialmente en la cocina”. El trapo de cocina de toda la vida.

Versación. Léxico, vocabulario. Se aplica irónicamente cuando alguien dice un taco: “mira qué versación más bonita tiene…”.

Tolondrón. Bulto, chichón; por ejemplo, en la mollera. También se aplica a otras cosas cuando hay una acumulación excesiva de algo en una zona; por ejemplo, de manteca en la tostada.

Cascabullo. RAE: “cúpula de la bellota”. Hubo quien se los llegó a colocar en los dedos para recoger aceitunas del suelo con un frío espantoso. Tiempos realmente duros felizmente superados… o no.

Pendingo. Salir de casa para divertirse: “ha cogido el pendingo”.

Macana. Destartalado, de poco valor. “Valiente macana de coche tienes…”.

Mosqueta. Sangrado de nariz, a veces abundante y que cuesta cortarlo.

Roete (rodete). Lo dice la RAE perfectamente: “Rosca que con las trenzas del pelo se hacen las mujeres para tenerlo recogido y para adorno de la cabeza”. La rosca queda junta y recogida en cualquier parte de la cabeza. Lo de Julia Timochenko es artístico, espectacular y le queda de maravilla, pero no es un rodete.

Parte (noticiario). Ahora siempre se dice que se han visto u oído las noticias, antes se oía el parte.

Chambra. Especie de chaqueta ligera.

Tranfulla. Fullería, engaño. Y el que hace la fullería, tranfullero.

Gaznápiro. RAE: “Palurdo, simplón, torpe, que se queda embobado con cualquier cosa”. Se suele decir “valiente gaznápiro está hecho”.

Porme. Ponme. Una más de las enes que convertimos en erres por estos pagos.

Mancuernas (pesas). Curioso el origen: pareja de bueyes atados por los cuernos.

Morgaño. Araña de cuerpo pequeño y redondo con las patas muy largas. “Tiene más patas que un morgaño”.

Pichirichi (pájaro mosquitero común o verdoncillo). Persona menuda. “Come como un pichirichi.”.

Tejoleta. Trozo plano y fino, ya sea natural como una piedra plana o cortado como una tajada de melón muy fina.

Piripi. Encontrarse en ese punto de casi borracho.

Birondeo. Divertimento. “Se ha ido de birondeo”.

Guirigaña. Engaño artístico propio de un pillo. “Le hizo una guirigaña y lo dejó con dos palmos de narices”.

Timbiringa. Enredo. El origen se debe al trapicheo del contrabando. “A mí me dejas de timbiringa” (no me enredes).

Cuartito. Excusado, baño. Expresión que se usaba en los colegios porque los baños no eran tales, sino retretes.

Pajo. Homosexual. Curioso la cantidad de sinónimos que tiene todo lo relacionado con el sexo.

Chipén. Muy bueno, extraordinario.

Zocato. Zurdo. Origen: de zoquete. Lógico, a los zurdos se les exigía que escribieran con la mano derecha, ¿cómo iban a aprender como los diestros?

Gorigori. RAE: “Canto lúgubre de los entierros”. “A ese ya mismo le están cantando el gorigori”.

Correveidile. RAE: “Persona que lleva y trae cuentos y chismes. Alcahuete.”

Soponcio. Desmayo. “Niño, quítate del sol que te va a dar un soponcio”.

Coima. Concubina, amante, manceba, querida.

Sacaliña. Conseguir de otro pequeñas cantidades de dinero de forma continuada. “Que si mamá dame para esto, que si mamá dame para lo otro… esto es una sacaliña continua”.

Tollina. Zurra, paliza. A un niño, que a un adulto la expresión sería inapropiada y una mariconada.

Trompezón. Tropiezo con alta probabilidad de acabar en  trompazo.

Bocón. Muy holgado, ancho. “El cuello del jersey está bocón que le cabe una pelea de perros”.

Andurrial. RAE:  “Paraje extraviado o fuera de camino”. Es extraordinario lo bien que define la Real Academia. Y eso que parece que son cuatro viejos que no hacen nada.

Chochera. Tontería. “Déjate de chochera”.

Bodoque. Brutote.

Entacao. A toda velocidad. “Salió entacao”.

Biruji. Viento frío.

Tunda. Paliza.

Tajá. Borrachera grande. “Cogió una tajá como un mulo”.

Pea. Sinónimo de tajá. “Llevaba una pea como un piano”.

Rilarse. Cagarse las patas abajo. Para qué lo vamos a adornar.

Golimbro. El que come muchas golosinas.

Lambruso (lambrucio). Glotón.

Lampar. Estar hambriento o ansioso. “Siempre está lampando” (tiene hambre). “Anda lampando por meter un gol”.

Esmorecío (esmorecido). Andar muerto de frío.

Trascusón. Ver algo fugazmente. “Lo vi de trascusón”.

Cernaero (cernadero). Paño basto que se usaba para cerner o cribar. “Más basto que un cernaero”.

Trébede. Aro de hierro con tres pies para sujetar la olla, sartén o perol sobre el fuego.

Reidero. Persona que es motivo de risa frecuentemente; por ejemplo, cualquiera de los tres últimos presidentes de gobierno por motivos distintos y eso que maldita la gracia que tienen ninguno de los tres.

Chaveta. Loco. “Se ha vuelto chaveta” o también “ha perdido la chaveta”.

Era. Espacio de tierra, limpio, duro y normalmente circular donde se trillan las mieses en el campo. Y se dormía al raso en verano.

Sereno. RAE: “Encargado de rondar de noche por las calles para velar por la seguridad del vecindario”. De paso, a falta de despertador, recibía encargos de despertar a las personas a la hora que le pidieran, actividad que ha pervivido en los hoteles hasta hace nada y seguro que todavía los habrá.

Jandoba (andoba). Persona a la que se refiere uno de forma despectiva.

Esmandufar. Romper, estropear.

Cortichear. Entretenerse cortando algo para matar el aburrimiento, normalmente un trapo con las tijeras.

Mudarse. Hurgarse en la nariz. “Niño, cochino, deja ya de mudarte”.

Pingueando. Chorreando. “No llevaba paraguas y me puse pingueando”.

Chavea. Chaval.

Maganto. Tristón, mustio. “¿Qué te pasa que te veo maganto?”.

Escuchimizado. Flaco. “Se ha quedao escuchimizao”.

Parche foroso. Solución chapucera. “Eso es un parche foroso”.

Billalda. Juego que consiste en golpear un palo pequeño en una de las dos puntas que se le hacen de manera que se levante del suelo y cuando está en el aire se le sacude fuerte para alejarlo lo más posible; después se mide penosamente la distancia con el palo con que se golpea.

Sariana (sahariana). Especie de chaqueta con mangas cortas o largas y bolsillos en el pecho y los faldones; igual que la guayabera, pero ésta es de color blanco o muy claro y la sariana, de color caqui. Allá por los años sesenta todos los hombres tenían su sariana.

Fiera corrupia. Alguien que se enfurece hasta llegar a ser violento y estar fuera de sí; por ejemplo, históricamente toda una pléyade de defensas de un equipo de la ciudad de la Giralda y que no es el Betis.

Al ventestate. Estar a la intemperie.

Barrenillo. Obsesión o idea fija por algo. “Se le ha metido el barrenillo y no va a parar hasta que lo consiga”.

Tonto de nativitate. Tonto de nacimiento. El belenista es tonto de “nacimiento” y el capillita, tonto de “capirote”.

Estar como la jaca de la Algaba. Estar loco perdido.

Caletre. Talento. Se suele utilizar más bien para delatar la falta del mismo: “qué poco caletre tiene”.

Carabina. La muchacha que acompaña a otra que mantiene relaciones con algún maromo.

La carabina de Ambrosio. Algo o alguien que no sirve para nada; por ejemplo, un senador en España.

El descojonamiento de Viriato. Cuando algo es ya el acabose.

El implusultra (non plus ultra). Ser el no va más.

La mundial. Una cosa muy grande, por ejemplo, la lluvia de hoy: está cayendo la mundial.

Trincar la morterá. Coger o llevarse la pasta.

 Estroncao (destroncado). Cuajao, rendío, dormido como un bendito, ya sea en su casa de uno, en el Congreso o, ya con máxima despreocupación y menos vergüenza que un gato en una matanza, en el Senado.

Arvellanao (avellanado). Que se ha quedado en un estado que no envejece más, como un martillo enterrao en manteca. No es el caso de Jordi Hurtado, que es que no envejece en absoluto.

En blanqueta. Estar o salir en blanqueta es ir vestido con poco abrigo cuando hace más bien fresquito.

Afrecho. Harto de escuchar la palabra “salvado” y resulta que es el afrecho de toda la vida, sólo que con el afrecho se alimenta a los animales y con el salvado se forran los dietistas.

Pitraco. Despojos de carne que se le echaba de comer a los gatos. Mi maestro, Olivera, me mandó un día a la casa de una vieja a recoger pitraco que le daba para sus gatos, que tenía muchos. Qué asquito pasé en el camino de vuelta.

Rustrir. Pasar penuria. “Anda que no le queda nada que rustrir…”.

Atontolinao. Atontado.

Ricia. Sobra de comida que se suele dar a los animales.

Más oportunidades que al Platanito. El Platanito fue un torero que siempre estaba pidiendo otra oportunidad. Hoy día ya ha sido superado por Javier Arenas.

Tirria. Grima (le da tirria). También manía (me tiene tirria).

Jopearse. Andar fuera de casa divirtiéndose.

Pindongueo. Sinónimo de la anterior. Lo mismo se dice “anda jopeándose” que “anda de pindongueo”.

Los pelillos del coraje. Los del cuello, las patillas y detrás de las orejas, donde los tirones son especialmente dolorosos.

La vida birlonga. La buena vida. Verbigracia, la que se pegan los dirigentes políticos, por no hablar de los miembros de la Casa Real.

Dar cuartelillo. Dar largas manteniendo a alguien a la expectativa. “Me parece que me está dando cuartelillo, porque no me dice que no, pero tampoco que sí”.

Recacha. Lugar al sol resguardado del frío viento.

Darle por las veras. Acometer una tarea manual poco a poco y con paciencia.

Mandanga. Guasa: “la cosa tiene mandanga”. Y también cachorreña: “déjate de mandanga”.

Cachorreña. Lentitud o indolencia exasperante. Viene a ser la actitud con la que salta el Betis al campo las más de las veces, también conocida como torrija o amamonamiento.

Meapilas. Santurrón mogigato -sincero o hipócrita-, también conocido como mamahostias.

Desmanchar. Según la RAE “Abandonar el grupo o compañía de que se forma parte, alejarse de amistades.” Siempre lo he oído aplicado a irse de casa con intención de no volver: -¿y fulano? -se ha esmanchao (desmanchado).

Bien, por ahora pienso esmancharme de seguir recopilando expresiones. O sea, que lo dejo para siempre… o no.

sábado, 31 de marzo de 2012

Los idus de Marzo


El verbo fácil, sobrado,
y la sonrisa radiante,
que exigen bicarbonato,
realmente estomagantes.

Las encuestas le auguran
más que holgada victoria;
goza tanto que deslumbra,
se ve tocando la gloria.

El presidente, cual gañán.
El candidato pasea.
Cómo cavila Griñán.
Cómo disfruta Arenas.

Los albores del recuento
vaticinan mal presagio;
que se le escapa está viendo,
de otras contiendas, un calco.

Seguro de su infantería
y de otros votos prestados,
erró por altanería
creyéndolos amarrados.

Ya asoma al balcón
de la calle San Fernando
seguido de tanto barón,
rodeado de sus rancios.

Les lanza débil arenga
a los cuatro congregados,
que no hay quien lo mantenga
con tan parcos resultados.

Como César ha obviado
que venía tal varapalo
y sucumbió de la mano
de aquellos... idos de Marzo.

domingo, 22 de enero de 2012

El día que me morí

Corría el año 1974. Llevaba trabajando en la Cros de San Jerónimo desde el verano del año anterior y, si bien al principio me desplazaba de casa al trabajo y viceversa a pie campo a través, en realidad campo santo, por una vereda que pasadas las vías del ferrocarril rodeaban la tapia trasera del cementerio, ya para entonces lo hacía en un ciclomotor de 49 cc por la carretera que lo rodeaba por las otras tres caras.
El 15 de abril, como cada día, salí temprano. Mi padre estaba por aquellos días en cama enfermo. Oía la radio y en las noticias escuchó que había ocurrido un accidente de moto en el que habían fallecido dos jóvenes, uno del que daban el nombre completo, edad y dirección y el otro Manuel Domínguez Marín, del que sólo añadían que tenía veintiún años. Mi mismo nombre, apellidos y edad. Dio un salto de la cama y le dijo a mi madre que tenían que ir inmediatamente a casa de los vecinos a llamarme por teléfono. Sí, en aquellos años poca gente tenía teléfono en su casa, fijo por supuesto, que los móviles no existieron hasta muchos años después,  y en la mía no había. Mi madre le respondió que cómo iban a ir tan temprano a molestar que a lo mejor la vecina ni se había levantado aún. No tuvo más remedio que contarle la noticia. Mi madre se quedó paralizada y a punto de caer redonda al suelo. Como pudo fue con él y, mientras mi padre llamaba, la vecina la atendía y le preparaba una tila. Mi padre pidió que le pusieran conmigo en el almacén de repuestos en cuya oficina trabajaba, a lo que el de la centralita contestó que eso iba a ser difícil, pero que iba a intentar pasarle con el taller. Lo entendió como una confirmación de los peores presagios, pero aguantó y esperó. Me llamaron para que fuera al taller, que tenía una llamada y es que aquel día teníamos averiados los teléfonos de la oficina del almacén. Cuando contesté lo primero que me preguntó incrédulo es si era yo. Y me contó lo sucedido. Aunque siempre comía en la fábrica, ese día entendí que era imprescindible hacerlo en casa.
La noticia se difundió y numerosas personas fueron a casa a darles el pésame a mi familia. Del Seminario de Andújar en el que había estudiado se recibió un telegrama  anunciándoles a mis padres que iban a celebrar una misa de difunto por mi alma por si deseaban asistir. Creo que todo fue a instancias de un cura íntimo enemigo mío, que se ve que sus remordimientos tendría. Ni asistieron ni contestaron, que entonces las comunicaciones eran como eran. Así que la misa, que yo sepa, la dijeron y en ese trámite del gorigori ya voy servido con muchos años de antelación.
A continuación la prueba irrefutable publicada el día siguiente.


domingo, 15 de enero de 2012

Prueba de esfuerzo

Había sido citado a consulta de Rehabilitación cardíaca en la cuarta planta del Hospital General para una prueba de esfuerzo o ergometría a las doce treinta. Llego al aparcamiento subterráneo a las doce. Ya sé que, saliendo a la calle en la primera ocasión que encuentras, la primera puerta con que te topas corresponde a las dependencias de Documentación y hay que subir las escaleras para acceder a otra terraza más elevada frente a la cual está el hospital propiamente dicho. Entro y de frente me encuentro con una pared de cristal; tengo que dirigirme a izquierda o derecha según mi instinto dictamine porque nada lo indica. Elijo la derecha, paso una puerta y la cafetería sí que está indicada de frente, por lo que la única posibilidad es ir hacia el pasillo de la izquierda, casi al final del cual en el centro hay un empleado con un mostrador minúsculo que a la derecha tiene un cartel de “Entrada”, a la izquierda y sólo visible para los que vuelven está el de “Salida”. Le pregunto dónde están los ascensores y mecánicamente me indica que al final del pasillo a la izquierda. Me quedo con la impresión de que a falta de señalizaciones claras se han inventado el empleo de “señalizador”. Con alguna dificultad consigo localizar los ascensores, dos, que me parecen pocos, aunque seguro que habrá más distribuidos por la planta, pero ni lo sé ni… estoy para búsquedas. Tras un tiempo que se me hace excesivo se abre la puerta del ascensor, subo y llego a la planta cuarta de Cardiología. No encuentro ningún indicador de Rehabilitación cardíaca ni Ergometría, que no descarto que lo haya, pero que yo no lo encontré. Pregunto a una persona del centro que sale de Secretaría por Rehabilitación cardíaca y me dice que no es allí, que eso es en Traumatología. “No me diga eso”, le contesto y me mira con cara de conmiseración y me dice que está muy cerca. “No, si ya…, vale, pues muchas gracias”. Para no esperar el ascensor bajo por las escaleras las cuatro plantas, me voy guiando por las indicaciones de salida, dejo atrás al empleado señalizador que sigue atendiendo a un río de personas que van llegando, llego al último indicador, el de la cafetería y, aunque no lo indica, recuerdo que tengo que girar a la derecha y ahí está la salida. Bien, ya estoy en la calle y como sé dónde está Traumatología, me dirijo a buen paso y entro a las doce y cuarto para ir, lógicamente, a la planta cuarta. Los ascensores tardan una eternidad. Por fin tomo uno con un paciente en silla de ruedas, otro en una camilla y varias personas estamos a uno y otro lado contra las paredes. Bajamos al semisótano donde abandona el ascensor la camilla con el enfermo y ahí descubrimos que hay uno de los ascensores averiados. Bajamos al sótano donde baja una mujer muy mayor más perdida que yo mismo, que ya es decir. Subimos al semisótano y nos hacen abandonar el ascensor porque tienen que subir una cama con un enfermo que, está claro, es prioritario. Y ahí me encuentro, más alejado del objetivo que cuando entré. Pues nada, me subo las cinco plantas, desde la menos uno a la cuatro, a golpe de calcetín por las escaleras. Pregunto por Rehabilitación cardíaca a la primera persona que encuentro y me dice que es en la planta semisótano. “Vaya por Dios, si vengo de allí…, muchas gracias”. Vuelta escaleras abajo. Llego a las doce treinta y entro decididamente sin llamar. Informo que estoy citado en Rehabilitación cardíaca a las doce y media y me dicen que eso es en el gimnasio que está… “venga, que le indico. Mire, vaya por ese pasillo y en el segundo pasillo a la derecha encontrará de frente la puerta que pone gimnasio. No tiene pérdida”. “Muchas gracias”. Al final del segundo pasillo de la derecha lo que hay es una puerta de salida de emergencia para abandonar el edificio. Vuelvo y le digo a otra empleada que me he perdido, que busco el gimnasio. “Sí, está ahí mismo. Vaya hacia el frente y en ese pasillo de la derech… mejor le acompaño que es que yo me lío con eso de la derecha y la izquierda”. Muy amablemente me deja en la entrada del gimnasio. Entro, veo a dos personas dirigiendo a otros tantos pacientes en sus ejercicios y le doy unos victoriosos buenos días. “Buenos días, que desea”, me responde uno. “Vengo a una prueba de esfuerzo”. “¿A una ergometría aquí? Eso es en el Hospital General en la planta cuarta de cardiología”. Tengo un conato de llanto y carcajada al mismo tiempo. Les explico que ya he estado allí y también en la cuarta planta de este edificio y casi todas las veces subiendo y bajando escaleras porque los ascensores no iban muy allá. “¿Pero quién le ha dicho que era aquí? A ver, un momento, vamos a llamar”. Coge el teléfono y “mira, hay aquí un paciente…”, me hace un gesto para que le diga el nombre, “Manuel Domínguez Marín, que tiene cita para una ergometría, pero que ya la ha hecho porque se ha recorrido toda la ciudad sanitaria”, dice muy acertadamente con sorna. Cuelga y… “pues vaya para allá que le están esperando y pregunte por Ergometría”. Su compañera de trabajo me pregunta que si sé ir por el pasillo de cristales y le digo que no, que ni sé que exista tal pasillo. Muy amablemente me acompaña porque, “si va por la calle, va a tardar mucho” y me deja casi en la puerta del ascensor. De reojo había visto la escalera, así que vuelvo y subo por ella nuevamente a la cuarta planta. No veo a quién preguntar, por lo que intento leer algo que diga Ergometría. Nada. Un pasillo con no sé qué de “Sangrantes” que me entra un no sé qué. Veo de nuevo la puerta de Secretaría, que es de donde salía la persona que me dirigió al otro hospital. Entreabro la puerta, “perdón…?”. Algunas personas charlando, otro tecleando frenéticamente en el ordenador y, tras unos quince o veinte segundos, es como si no me hubieran visto. Decido que allí no hay nada que rascar y cierro la puerta. A alguien encontraré. Otra empleada. Le pregunto y me dice que sí que un poco más adelante veré la puerta que pone “Ergometría”. La una menos cuarto. Aún no he visto la puerta cuando escucho que me llaman “Manolooo”. Es Víctor y su esposa. Nos saludamos efusivamente y me quedo la mar de tranquilo porque ahora ya estoy seguro que estoy donde tengo que estar. Al poco llegan Antonio y su señora y con el reencuentro con los cuatro me siento la mar de a gusto. Hablamos de Tristán y Pepe, lástima que no estén allí. Hemos hecho una buena amistad y añoramos las sesiones de rehabilitación con la teniente O’Neil y todo el personal de la Unidad.
Por supuesto, ni que decir tiene que la prueba de esfuerzo la pasé con nota. Como cuando un entrenador pone a calentar a un futbolista nada más comenzar la segunda parte y lo tiene todo el tiempo correteando por la banda para entrar en el campo en el último minuto. Igual. Eso sí, tengo agujetas y no es de la cinta, sino de las escaleras. Creo.

PS: el precio del parking de marras tiene mandanga. Te pones malo y arruinas a la familia.