sábado, 27 de noviembre de 2010

El cigoñino





El cigoñino vive imperturbable y confiado, impoluto y trajeado, manteniendo la compostura en todo momento, permanentemente expuesto y admirado en el escaparate de las cúspides.

A la vista de todos y viéndolo todo, no necesita contraer méritos porque un acuerdo colectivo tácito y nunca escrito se los supone todos.

La estirpe del cigoñino de ciudad, de pueblo o de campo se encarama y apropia de los lugares más selectos, para lo que disfruta del beneplácito unánime que le agasaja con un trato preferente de pájaro vip.

Se pavonea sobre un nido que visto de lejos causa admiración, si bien de cerca se revela como una catástrofe de palitroques inconsistente, torpe, tosca y chapucera.

Su falso canto es un desagradable y prosaico tableteo del pico semejante al del palo en la rueda del carro. Se emplea con racanería en el mismo, lo que provoca expectación y sentimiento de admiración y gratitud de quien al fin lo oye.

Defeca displicente desde las alturas y es misión del incauto transeúnte sortear su inmundicia.



Sabemos que todo radica en la concesión que le hemos hecho a su especie de que son ellos los que nos obsequian con lo que en realidad hemos engendrado nosotros mismos y nos pertenece.

El cigoñino es un fraude colectivo. Aunque gozan de los mismos privilegios, existen distintos tipos, siendo el más relevante el cigoñino banquero.